Todos lucían el alma de la tristeza. Algunos llantos salían de aquellos ojos pequeños y achinados, como señal de no entender el alcance de la noticia. Otros, como el ex embajador Valentino posaban firmes y orgullos por la satisfacción del deber cumplido y orgullosos del país que representaron.
Parecían vivir en la barcaza de la cinta “Life of Pi”. Como si todos fueran el personaje del tigre que solo pedía que respetaran su espacio. Porque, en resumidas cuentas, como dijo una hermana de la Fundación Tzu Chi: “el respeto al derecho ajeno es la paz”.
Aquello transcurrió sin vítores, loas, ni desafíos. Con sentida humildad y firmeza se entonó por última vez el himno nacional de Taiwán bajo una sola voz y un solo sentimiento. Ellos parecían decir que la vida sigue, y Taiwán no dará marcha a tras a su decisión de primero hundir la isla en el mar antes de inclinar la frente.
Allí moralmente, estaba el país. Ningún dominicano puede olvidar que en determinado momento de su vida recibió la mano solidaria y el aporte colaborativo de sus hermanos de Taiwán. Entre los presentes, estaban las damas de la Fundación Tzu Chi, entidad creada por la maestra Chen Yen para realizar obras de caridad y amor en todo el mundo. Por extraña coincidencia, la referida entidad celebra este año el veinte aniversario de su llegada a República Dominicana.