El este de Ucrania, o el riesgo de otro conflicto estancado por Moscú

Después de tres años de desavenencias, París acoge este lunes las conversaciones de paz sobre la guerra en el este de Ucrania, si bien algunas tácticas empleadas por Moscú hacen temer que, como pasó en la URSS, el conflicto se vea estancado.

En su primer encuentro con Vladimir Putin, encaminado a negociar una solución política a los separatismos en territorio ucraniano de las repúblicas de Donetsk y Lugansk, el presidente Volodimir Zelenski hará alusión seguramente a los secesionistas prorrusos de Transnistria, Abjasia y Osetia del Sur.

Moscú empleó, en efecto, su influencia en estas regiones para perturbar a las indisciplinadas exrepúblicas soviéticas de Georgia y Moldavia.

– Atizar los separatismos –

La caída de la URSS en 1991 liberó varios nacionalismos, sobre todo porque las fronteras diseñadas por el poder soviético en ocasiones avivaban tensiones étnicas y lingüísticas.

En Rusia, Moscú aplastó el independentismo checheno, pero fuera los rusos alimentaron los separatismos.

En Georgia, a comienzos de los años 1990, Abjasia y Osetia del Sur se separaron tras sendos conflictos armados bajo el ojo benevolente de Moscú, y cuando en 2003 un presidente georgiano, Mijeíl Saakashvili, prometió la integración en la OTAN y la UE, Rusia intensificó su apoyo a las dos entidades separatistas.

La tentativa en 2008 de Georgia de recuperar Osetia del Sur por la fuerza se transformó en una debacle, con la intervención militar de Rusia y su posterior reconocimiento oficial de las independencias de Osetia del Sur y Abjasia.

Otro caso es el de Moldavia, que redescubrió al final de la URSS su identidad rumana. El este del país, Transnistria, una franja de tierra rusohablante y rusófila, se rebeló e impuso de facto, con el apoyo de unidades del ejército ruso, su independencia tras una guerra (1991-1992).

En Ucrania, apareció un esquema similar mucho más tarde, en 2014. Primero en Crimea, que fue anexionada por Rusia después de que una revuelta prooccidental en Kiev derrocara al presidente prorruso.

Seguidamente, movimientos separatistas muy bien armados surgieron de la nada en Donetsk y Lugansk, regiones más bien rusohablantes fronterizas con Rusia, y ambas repúblicas se proclamaron generando el conflicto actual.

– Conquistar corazones y carteras –

Moscú emplea diferentes tácticas para ejercer su influencia en estas regiones.

Por una parte, desde un punto de vista económico, Rusia es el gran socio. En Abjasia lo es a través del turismo y los cítricos, mientras Osetia del Sur ha visto su economía integrada a la región rusa vecina de Osetia del Norte. La industria de Transnistria, por su parte, sobrevive gracias a materias primas rusas ultrasubvencionadas, particularmente el gas.

Los ciudadanos de estos territorios reciben fácilmente pasaportes rusos, ayudas sociales e incluso pensiones.

En el este de Ucrania, las cosas se desarrollan de forma semejante: se han organizado decenas de convoyes humanitarios, al menos 170.000 pasaportes rusos han sido emitidos y también se ha documentado la entrega de ayudas sociales y pensiones.

– Conflictos estancados –

Ya se trate de Abjasia, Osetia del Sur o Transnistria, esos conflictos hoy están paralizados y a Moscú no le afecta demasiado: sus allegados están en el poder y sus fuerzas armadas presentes.

Moldavia y Georgia, por su parte, han tenido que revisar sus ambiciones de integración europea y atlántica, ya que ni la Unión Europea ni la OTAN quieren recibirles hasta que no solucionen sus conflictos territoriales.

En ambos casos existen formatos de negociaciones internacionales, pero es el status quo. En diciembre tendrá lugar la 50ª sesión en 11 años de discusiones en Ginebra sobre Georgia, mientras que para Moldavia, el formato 5+2, que incluye representantes de las partes, mediadores y observadores, lanzado en 2011, no ha producido ningún avance.

En Ucrania las cosas no están todavía en ese punto, y es más costoso y difícil mantener una influencia a largo plazo en un país de 42 millones de habitantes que además está apoyado militar y financieramente por Occidente.

Pero la adopción de los acuerdos de paz de Minsk en 2015 ha transformado esta guerra abierta en un conflicto de baja intensidad, sin que el reglamento político haya avanzando lo más mínimo.

AFP

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