Un vistazo al mundo

Guillermo Almeyra
Comencemos por América Latina. Honduras está al borde de la guerra civil tras un nuevo fraude electoral que provocó una insurrección popular que Manuel Zelaya, destituido por un golpe de Estado, y Salvador Nasralla, el presidente a quien le robaron la elección deslegitiman y decapitan cuando van a la OEA y al Congreso estadunidense a pedir nuevas elecciones como si no hubiese sido la embajada gringa la organizadora del golpe contra Zelaya y Estados Unidos (EU) no estuviera atrás del gobierno fraudulento y represor de Hernández. Donald Trump acrecienta al mismo tiempo el bloqueo a Cuba y las medidas contra Venezuela y el gobierno golpista de Michel Temer recurre a procesos amañados para evitar el triunfo de Luiz Inácio Lula da Silva en las elecciones presidenciales de 2018.

En Chile gana por segunda vez la presidencia el hombre más rico del país, el pinochetista Sebastián Piñera, mientras la abstención supera 50 por ciento del padrón. En Argentina, el gobierno de Mauricio Macri hace aprobar a sangre y fuego sus leyes reaccionarias y liberticidas e incluso un robo escandaloso a los jubilados con el apoyo indispensable de los votos peronistas en el Congreso y, dado su creciente impopularidad, recurre a la violencia policial desenfrenada y gobernará enfrentando continuas manifestaciones. El kirchnerismo, que declaraba que las clases no existían y formó un partido –Unidad Ciudadana– buscando conciliar explotadores y explotados, opresores y oprimidos, acaba de morir en las inmensas y combativas manifestaciones, pues tuvo que sumarse a los sindicatos y jubilados en lucha violenta y unirse, en la acción y en el Parlamento, a la extrema izquierda anticapitalista.

En Nicaragua el gobierno de Daniel Ortega y su esposa es una caricatura proimperialista del sandinismo original y del progresismo. Nicolás Maduro, en Venezuela, ha ganado las tres pasadas elecciones y dividido a la oposición, pero depende cada vez más de las fuerzas armadas, que son conservadoras y golpea con ellas no sólo a los golpistas sino también a los chavistas de la primera hora y a sectores de la boliburguesía, acentuando así su bonapartismo.

En Ecuador, Rafael Correa tuvo que irse del país y sus representantes están presos por corrupción. En Bolivia, Evo Morales fue derrotado en un referéndum nacional sobre la posibilidad de ser relegido presidente por tercera vez consecutiva, pero igual vuelve a presentarse y, tras institucionalizar todos los movimientos sociales que lo hicieron presidente, se debilita cada vez más, mientras la burguesía aymara, que ayudó a construir, se refuerza y se le opone, y su gobierno depende cada vez más del aparato estatal para gobernar y defenderse. Los gobiernos progresistas quedaron atrás, muy atrás, y se refuerza en cambio el bonapartismo, el cesarismo, de centro izquierda o de derecha porque la gente de a pie, cuando no se ve representada, toma sus distancias, como se vio en la inmensa abstención en las elecciones chilenas.

Trump sigue con sus provocaciones belicistas en escala internacional pero está aislado. El desplazamiento de la embajada estadunidense a Jerusalén en el Consejo de Seguridad de la ONU fue condenado, en efecto, por 14 votos contra uno, el de Washington. Le votaron en contra Reino Unido, Francia, Japón, Italia, Suecia, Ucrania, Etiopía, Egipto, Senegal, Uruguay, Bolivia y Kazajistán. La Asamblea General de la ONU volvió a dar un golpe a Trump al votar por 128 contra nueve, con 35 abstenciones.

Los neonazis entraron en el gobierno en Austria y crecen en Alemania, los Países Bajos y todo el centro de Europa mientras en Italia progresan los fascistas. En Francia, Emmanuel Macron impone una legislación de seguridad, refuerza los campos de concentración para los emigrantes, duplica el número de expulsiones, retira subsidios al trabajo, quita impuestos a los ricos, destruye viejas conquistas de civilización. Ante la nueva victoria del independentismo catalán, a Rajoy y la monarquía franquista no les queda sino la represión.

En México, mientras tanto, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) reitera sus señales a Washington y a la derecha nombrando como candidatos a ministros a cuadros del PRI y del PAN que sirvieron a Zedillo, Fox y Calderón porque son servidores fieles del gran capital. Incluso se alió con el Partido del Encuentro Social que, además de su oscurantismo religioso, carga con el apoyo a la matanza en Acteal de familias indígenas que rezaban.

Adopta sus decisiones sin consultar a nadie y decide su viraje a la derecha porque espera con eso demostrar que no es peligroso para el sistema capitalista, que puede controlar a sus bases y está dispuesto a actuar como bombero contra los estallidos sociales que pudiera provocar la política de Peña Nieto.

Por lo visto ignora dónde fueron a parar los intentos de los gobiernos progresistas de acuerdos con las trasnacionales y las grandes empresas capitalistas y de contención de los movimientos sociales. Ignora también que cuando Trump prepara una guerra mundial que incluye la invasión de Cuba y Venezuela, México es más que nunca una base de acción de EU.

Para AMLO parece que México es una isla de paz, democracia, armonía, exenta de corrupción y que no existe en él una feroz oligarquía racista ni los asesinados se cuentan por cientos de miles como resultado más visible de la guerra contra los trabajadores y el pueblo que terminó de militarizar el país y dio un golpe de muerte a la democracia.

Cree que si se pone de alfombra para que se limpien los pies en él podrá hacer que lo acepten y reconozcan un triunfo electoral que no tendrá detrás de sí ni siquiera una fuerza organizada para imponer el respeto por los resultados. Sólo con la autorganización desde abajo y construyendo una alternativa anticapitalista se podrá hacer retroceder los planes liberticidas de la oligarquía y de EU.

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