Prepárese: la inflación en EE. UU. vuelve con más fuerza que nunca

Por Álvaro Vargas Llosa

La Reserva Federal insiste en que la actual inflación de precios es “transitoria”. Sin embargo, todos los indicios apuntan en la dirección contraria, y debemos comprender las implicaciones económicas y políticas de lo que está a punto de comenzar: una era de alta inflación.

Entre el final de la Segunda Guerra Mundial y 1980, Occidente, incluido Estados Unidos, experimentó una inflación de precios. Ésta llegó a su fin a principios de los años ochenta, tras los traumáticos años setenta, en los que se produjo el colapso del acuerdo monetario de Bretton Woods de la posguerra, incluida la convertibilidad de los dólares estadounidenses en oro, y la aparición de las dictaduras árabes productoras de petróleo como actores principales en la política mundial. Estamos a punto de embarcarnos en una nueva era dominada por la inflación.

Durante años, Estados Unidos y otras naciones occidentales han gastado cantidades colosales de dinero y han contraído enormes deudas con sólo modestas subidas de los precios de consumo y de producción. La inflación se produjo en otros lugares (en los activos financieros, por ejemplo), pero la impresión de dinero de la Reserva Federal no trajo consigo un aumento generalizado de los precios porque las familias y las empresas, tambaleándose por los excesos anteriores, pagaron las deudas y redujeron el gasto, mientras que los bancos se centraron en restaurar su base de capital en lugar de prestar.

Pero todo eso estaba destinado a terminar. Un país no puede aumentar su deuda en un 40% en dos años (como ha hecho el gobierno federal desde 2019, según mis cálculos de las declaraciones mensuales de deuda de la Biblioteca del Tesoro) o gastar más de 6 billones de dólares en 2020 e incurrir en un déficit fiscal del 15% además de los años de despilfarro anteriores, todo ello sin consecuencias. Tampoco puede la Fed gastar dinero para comprar activos, aumentando su balance a más de 8 billones de dólares (frente a 4,3 billones en 2019) y no esperar que ese dinero se derrame en la economía en algún momento. Hay indicios de que esto ya está ocurriendo, y es solo el principio.

El índice de precios al consumo subió el equivalente al 5,4% anual en julio, casi el triple del mágico objetivo del 2% que han estado utilizando los bancos centrales, y el índice de precios al productor alcanzó un asombroso 7,8%. Esto está claramente relacionado con el hecho de que el dinero está cambiando de manos cada vez con más frecuencia a medida que la actividad económica se recupera. Por eso M2, que mide “el efectivo, los depósitos en cuenta y el dinero cercano fácilmente convertible”, crece ahora a un ritmo del 27% anual. Mientras tanto, la escasez aparece por doquier, incluso en el mercado laboral.

El dólar sigue siendo la moneda de reserva del mundo, pero está destinado a perder esa condición con el tiempo, al igual que la libra esterlina la perdió frente al dólar en la década de 1920 y otras monedas perdieron su dominio antes de eso. Es fascinante ver a las autoridades estadounidenses empeñadas en fomentar el proceso. ¿Por qué estarían tan interesados en facilitar el debilitamiento del dólar? Porque es la forma más fácil de atenuar las consecuencias de un gasto y un endeudamiento excesivos. Simplemente, el gobierno de Estados Unidos no puede pagar lo que debe, pero puede inflar su salida de una gran parte de esa deuda.

El gobierno calcula que, a medida que más y más baby boomers llamen a las puertas de la Seguridad Social y de Medicare, mantener los acuerdos financieros actuales y cumplir con sus obligaciones será imposible. Inflar la deuda y degradar la moneda es su única solución. Pueden estar seguros de que la Reserva Federal continuará caracterizando la inflación como “temporal” (al igual que otras naciones occidentales líderes) para poder seguir inflando.

Cualquiera que haya vivido bajo una inflación significativa sabe los estragos que causa. Pero mientras destruye a los ahorradores y a los asalariados, la inflación es una bendición para los deudores, que pueden pagar con dinero devaluado. También es probable que haya implicaciones internacionales. En la era de la inflación, los poseedores de activos duros, incluidas las materias primas (cuyos precios ya están presionados por los desequilibrios de la oferta y la demanda), prosperarán. Es de esperar que algunos dictadores o aspirantes a dictadores de Oriente Medio y América Latina salgan ganando, y que el zar de Rusia recupere cierta fuerza económica mientras las democracias liberales de Occidente luchan con sus problemas internos.

Las gallinas financieras por fin han vuelto a casa para desovar. La era de la inflación tendrá un efecto trascendental en nuestras vidas. El panorama no será bonito, ni en casa ni en el extranjero. Será mejor que empecemos a afrontar los hechos. No hay nada transitorio en ellos. 

Álvaro Vargas Llosa es miembro del Independent Institute de Oakland, California. Su último libro es Global Crossings: Inmigración, civilización y América.

Fuente: The Hill

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