Los insultos de Biden a Rusia y China hacen temblar a Europa

Luis Rivas

Los insultos al presidente ruso y la violencia verbal contra el Gobierno chino sientan las bases de la nueva política exterior de Joe Biden y obliga a Europa a elegir entre la subordinación o la independencia.

La nueva Administración norteamericana ha decidido salirse del trazado diplomático tradicional y emprender una senda agresiva que, bajo la vitrina de la defensa de los derechos humanos, persigue obtener ventajas estratégicas con fines comerciales.

Ni en los días más gélidos de la Guerra Fría un presidente norteamericano había insultado a su homólogo ruso. Cuando Biden afirmó que sí, que creía que Vladímir Putin es un asesino, algunos pensaron que el inquilino de la Casa Blanca había tenido un nuevo episodio de despiste cognitivo. Pero no, en una entrevista acordada con un excolaborador del Partido Demócrata pasado al periodismo político, las preguntas no podían sorprender a Biden, y menos cuando esa misma cuestión forma parte del catálogo habitual de los periodistas de ese país.

Recordemos que Donald Trump también tuvo que responder a la misma interrogante. En su caso, el expresidente respondió que asesinos hay muchos e inquirió al periodista si él pensaba que Estados Unidos es inocente. Una afirmación que se acercaba más a postulados críticos del antiimperialismo de izquierda que a la discreción habitual de un mandatario sobre su propio país.

Contra Rusia y China

Biden vació en la misma entrevista todo su arsenal contra el Gobierno ruso y su presidente. Recordó que entre sus atrevimientos ya le manifestó un día cara a cara a su rival que «no tenía alma». Por momentos, parecía que ‘Sleepy Joe’ intentaba hacer pagar al Kremlin las evidencias sobre las acusaciones que pesan sobre su hijo, Hunter, enriquecido en negocios con el Gobierno de Kiev. Elementos de desestabilización, según Biden, inventados por «la propaganda rusa».

Pero los malpensados iban a ser desmentidos algunas horas más tarde. La diplomacia de Biden no responde —solo— a cuestiones personales. En el primer encuentro chino-norteamericano desde la llegada al Despacho Oval de su nuevo propietario, Estados Unidos acusó a Pekín de genocidio  y de representar una amenaza a la estabilidad mundial. En una escena perfectamente coreografiada y en presencia de la prensa, el responsable de exteriores de EEUU, Antony Blinken, descargó su arsenal acusador mencionando al pueblo Uigur, al Tibet, a Hong Kong y a Taiwán.

Biden confirma que Estados Unidos «está de vuelta para guiar al mundo», como afirmaba su lema electoral, pero para llevar al mundo a una nueva guerra fría en la que sus aliados no querrían participar.

La presión de Washington sobre los Gobiernos europeos tiene a Alemania como elemento más sensible. Blinken lo ha dejado claro: Estados Unidos no permitirá el desarrollo del gasoducto Nord Stream 2, que transportará gas ruso hacia Europa. EEUU aumentará la presión a las empresas  implicadas en el proyecto con amenazas de sanciones.

Europa se abstiene

La utilización de los derechos humanos como excusa para barnizar una guerra comercial con Rusia y China no convence, en principio, a las capitales europeas. Berlín, por supuesto, se niega a abandonar el Nord Stream 2. El ministro alemán de Exteriores, Heiko Maas, insiste en que el proyecto es un asunto privado y no político. Una declaración un tanto ingenua que muestra la zozobra del Gobierno de Angela Merkel ante la presión de su aliado transatlántico. Para nadie es un secreto que las obras del gasoducto se están acelerando para hacer más difícil su cancelación una vez en marcha.

La agresión verbal a China tampoco va a borrar el acuerdo chino-europeo firmado con urgencia sin previo aviso a Joe Biden. En ese documento, los europeos subrayan la necesidad de que su socio comercial se comprometa a respetar los derechos sociales y laborales que promulga la Organización Mundial del Trabajo, pero no entran a definir lo que debe ser la conducta de un gobierno en política nacional o internacional.

Europa está ligada a China de tal manera que una desconexión comercial con Pekín supondría un desastre para miles de empresas del Viejo Continente. La canciller alemana dejó claro en la Reunión de Davos (Suiza) que su país no se embarcará en una guerra comercial contra China. Trump ya se quejaba de que se vendían muchos Mercedes-Benz en Estados Unidos, pero esa marca de automóviles alemana vende tres veces más en China que en Estados Unidos.

Utilizar el argumento de los derechos humanos en ese tipo de transacciones comerciales es algo que algunas fuerzas políticas europeas sin responsabilidades gubernamentales siempre han exigido a sus dirigentes. Pero las relaciones internacionales no están regidas por catecismos de ONG de diversa índole. Cuando Estados Unidos blande la justificación de los derechos humanos para justificar su nueva política exterior no convence ni a sus propios ciudadanos. ¿Alguien puede creer que para la Casa Blanca los musulmanes de China son una prioridad? ¿Cuántos votantes de Biden conocen la situación de la región de Xinjiang?

En la Unión Europea, castigada por el covid-19 y su propia incapacidad para hacer frente a la pandemia, China se ha convertido además en el remedio para obtener máscaras, material sanitario y, en algunos casos, vacunas. La rusa Sputnik V es cada día más anhelada por Gobiernos europeos a los que sus ciudadanos exigen soluciones independientemente de cuestiones geopolíticas.

Los ataques de Joe Biden contra Rusia y China favorecen la relación bilateral entre Moscú y Pekín. Europa se ve obligada a elegir su camino. El presidente francés, Emmanuel Macron, empeñado en mantener los lazos con Rusia, también ha rechazado implicarse en una disputa contra China.

La presidenta de la Unión Europea, Ursula von der Leyen, saludó la victoria electoral de Joe Biden como «la llegada de un nuevo amigo». Pero Biden no solo no ha eliminado las tasas aduaneras hacia productos europeos impuestas por Trump, sino que exige a sus supuestos aliados someterse a una diplomacia que solo juega en interés de Estados Unidos. Y para demostrarlo, una prueba de desprecio. Biden eliminó a los europeos de las negociaciones sobre el futuro de Afganistán. La Unión Europea es, sin embargo, la principal fuente de financiación no militar para la sociedad afgana.

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