La cambiante estrategia de Trump en Corea del Norte

Gerry Brown

Counterpunch.org

Donald Trump ha pasado de amenazar a Corea con “un fuego y una furia nunca vistos” a decir que su presidente “me escribió bonitas cartas. Nos hemos enamorado”. De referirse a Kim Jong-un como “el hombre de los cohetes” (Rocket Man) a llamarlo “Presidente Kim”.

Trump está cambiando su estrategia, de Máxima Presión a Ofensiva de Seducción. ¿Le servirá para granjearse el cariño de Kim y convencer al dirigente norcoreano de firmar un acuerdo en términos favorables a EE.UU.?

A pesar de su juventud, Kim no es un niño perdido en el bosque ni un loco. Sabe exactamente lo que quiere y, con el respaldo de China, no se conformará con menos.

Excepto el tonto del pueblo, todo el mundo sabe que Trump necesita desesperadamente una victoria en política exterior. La victoria lograda con la renovación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA), o más exactamente, la intimidación que ha ejercido sobre México y Canadá en el acuerdo comercial ahora renombrado como USMCA, tiene poca importancia más allá de América del Norte. Con eso no va a conseguir impresionar ni intimidar a China en la progresiva guerra comercial que mantienen las dos mayores economías del mundo.

El PIB conjunto de Canadá y México es apenas una cuarta parte del de China. Casi tres cuartas partes de las exportaciones de esos dos países dependen del mercado estadounidense, mientras que las exportaciones de China a Estados Unidos solo suponen una quinta parte de sus exportaciones totales.

Trump aceptó este año reunirse en una cumbre con Kim, algo a lo que no se había atrevido anteriormente ningún otro presidente de EE.UU. Y no lo hizo porque le preocupe genuinamente la paz en la península coreana sino porque necesita demostrar que él, el Gran Negociador, es capaz de conseguir un acuerdo de desnuclearización que ningún otro presidente pudo lograr. Aunque la declaración conjunta emitida tras la Cumbre fue bastante vaga, tuvo buena prensa, así que políticamente fue un tanto a su favor.

Washington siempre ha sido partidario de mantener el statu quo en la península coreana. A decir verdad, Washington teme el establecimiento de una paz duradera en Corea, ya que ello dejaría de justificar la presencia de tropas estadounidenses en Corea del Sur. Lo que a su vez supondría que ya no quedarían bases americanas en el Mar Amarillo para contener a China, la verdadera razón de Estado que justifica la presencia militar estadounidense en Corea del Sur.

Trump, de por sí una criatura de los pantanos, no tiene mucho campo para desviarse de la política prevalente en Washington. Tuvo que deshacerse de Rex Tillerson (ex secretario de Estado), que se oponía de manera abierta y vehemente a su encuentro con Kim. Otro de sus detractores, John Bolton, consejero de seguridad nacional, fue marginado y obligado a mantener la boca cerrada, a cambio de tener más peso en las decisiones políticas sobre Irán.

Por tanto, a nadie sorprende que Mike Pompeo, un secretario de Estado mucho más maleable, no haya conseguido hacer avanzar las negociaciones para la desnuclearización, a pesar de los diversos viajes realizados a Pyongyang a tal efecto. Pompeo básicamente dictó los términos por los que se exigía a Corea del Norte que abandonara por completo su armamento nuclear, de forma unilateral, sin ofrecer a cambio ningún compromiso por parte de EE.UU. Un alto funcionario norcoreano calificó de gansteril la postura de Pompeo. En lugar de admitir que su estrategia había fracasado, Trump acusó al presidente chino Xi de sabotear las conversaciones para luego cancelar futuras visitas de Pompeo a Pyongyang.

Con Estados Unidos fuera de juego, los dos dirigentes coreanos han continuado sus conversaciones bilaterales y han avanzado mucho desde la Cumbre. Como sus problemas legales y la guerra comercial con China no iban según lo esperado, Trump aprovechó los acuerdos provisionales logrados por las dos Coreas para solicitar una segunda Cumbre con Kim. Entonces es cuando inició su Ofensiva de Seducción, cuando anunció en un mitin ¡el mutuo afecto que se profesaban!

Así pues, ¿qué podemos esperar del segundo show Trump-Kim, si es que llega a materializarse? Lo más probable es que más de lo mismo. Kim no va a destruir su arsenal nuclear si Estados Unidos no se compromete a algo a cambio. No va a cometer el mismo error que cometió su padre al firmar el Acuerdo Marco con Bill Clinton que posteriormente enterró Bush hijo. Kim también está receloso y preocupado por lo ocurrido con el acuerdo nuclear con Irán firmado por Obama y que Trump ha convertido en papel mojado. La pura verdad es que Estados Unidos no tiene ninguna credibilidad en cuanto a su respeto por los acuerdos internacionales.

Para Kim, la falta de acuerdo es mucho mejor que un pésimo acuerdo. Las conversaciones sobre desnuclearización pueden prolongarse hasta el infinito. Lo bueno de esta coyuntura es que las conversaciones intermitentes reducen la tensión en la península. Eso es lo que Kim desea y necesita para poder centrarse en su mayor objetivo: el desarrollo económico.

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