«Hay que salvar el último reducto de privacidad»: legislar contra la manipulación de la mente

Por Alejandro Cuevas Vidal

Cada día, la neurociencia da un paso más en la misión de desvelar los entresijos del cerebro y la conducta humana. Descubrimientos que en malas manos podrían acabar en la modificación del comportamiento y la voluntad de las personas. Por ello, surgen los neuroderechos, garantes de la protección de la mente.

Un halo de misterio siempre ha recubierto al cerebro humano. Descifrar los billones de conexiones neuronales que estructuran nuestro comportamiento ha obsesionado a la comunidad científica durante siglos. Desde conocer su capacidad hasta desarticular los entresijos de su funcionamiento. Sin olvidar, los aspectos clave de su curación y restablecimiento. Interrogantes que busca resolver la neurociencia, disciplina que no ha parado de evolucionar en los últimos años.

Nathan Copeland sufrió un accidente de tráfico y perdió la sensibilidad en sus extremidades superiores. En 2016, científicos de la Universidad de Pittsburgh lograron que volviese a recuperarla tras conectar su cerebro a un brazo mecánico. Un instrumento que el paciente es capaz de mover con la mente. Dos años antes, la empresa Starlab consiguió que dos personas, una en Francia y otra en la India, se comunicasen a distancia mediante el uso del cerebro. Fueron capaces de decirse «Hola» y «Ciao». Por otro lado, distintos centros de investigación han podido generar imágenes en la mente de primates o roedores. El laboratorio de Rafael Yuste en la Universidad de Columbia es uno de estos.

En sus instalaciones se trabaja con ratones, de los que se estudia la corteza visual del cerebro, encargada de analizar la información capturada por la retina. Averiguar lo que el ratón ve y la actividad cerebral que genera no es un misterio. Tampoco lo es cambiar dicha labor para introducir imágenes que el animal no percibe. «En el laboratorio es algo rutinario. Podemos alterar su visión a través del cerebro. Meter una imagen que no existe y hacer que se comporte como si la estuviese viendo», afirma Rafael Yuste, catedrático de Neurociencia de la Universidad de Columbia y profesor visitante del Instituto Internacional de Física de San Sebastián.

La neurotecnología es la clave. Métodos químicos, magnéticos, ópticos o eléctricos que permiten leer la actividad del cerebro, registrarla o cambiarla. Su explosión llegó hace una década tras el lanzamiento del proyecto BRAIN, impulsado por el presidente estadounidense Barack Obama. «Un programa científico a 15 años con una financiación de 6.000 millones de dólares», define Yuste, uno de sus ideólogos. El objetivo es desarrollar sistemas neurotecnológicos aplicables en animales y personas.

Su evolución es la llave para el tratamiento de enfermedades como el párkinson, la epilepsia o el alzhéimer. No obstante, el uso de dispositivos e implantes cerebrales puede tener su vertiente negativa. De la misma manera que se introducen imágenes inexistentes en la mente de los ratones, se haría en humanos. «Todo lo que se hace en animales, se puede hacer en humanos mañana», asegura Yuste. Alterar la actividad mental humana estará al alcance de la mano, lo que supone un grave problema de seguridad.

«Todas las actividades mentales y cognitivas están generadas por la actividad de las neuronas. Si podemos registrar y cambiar la actividad cerebral, podemos modificar la actividad mental. Esto es un atentado contra los derechos humanos, porque la actividad mental es la que define a la persona», destaca el profesor de la Universidad de Columbia.

Los neuroderechos

Ahí entran los neuroderechos. Además de trabajar con neurotecnología, Yuste lidera NeuroRights Initiative, agrupación que advierte de la importancia de proteger este tipo de derechos. «Es necesario añadirlos a la Declaración de Derechos Humanos. No solo hay que velar por el cuerpo, sino también por la mente», puntualiza el neurobiólogo.

Poco a poco, la humanidad se acerca a la descodificación definitiva del cerebro. Registrar la actividad mental de una persona es posible. «Hay formas primitivas que permiten averiguar de manera más o menos certera la imagen que un ser humano tiene en la cabeza», indica. Incluso, existen escáneres portátiles para este menester. Más difícil es descifrar ideas, aunque Facebook trabaja en un proyecto con el que pretende escribir en el ordenador a base de pensar el vocablo. De momento, sigue en fase de experimentación, pero tiene la intención de que el usuario pueda escribir con un vocabulario de 1.000 palabras, únicamente poniéndose un casco.

Por su parte, las tecnologías de alteración de la actividad cerebral no están tan avanzadas. Herramientas potencialmente peligrosas si se manejan sin un ápice de ética. Tener una radiografía completa del órgano pensante y por ende del comportamiento acarrea riesgos importantes si no existe ninguna regulación.

«Puede desembocar en problemas muy serios, ya que perdemos la capacidad de funcionar libremente. Gobiernos, empresas u organizaciones militares condicionarían el comportamiento de la sociedad como nunca se ha visto en la historia. Te permite por primera vez acceder al contenido de la mente. Además, se podrá hacer desde dentro. No se puede distinguir si es un input externo o interno. Es fácil que aceptes una idea creada por terceros como algo propio», señala el neurobiólogo.

Para impedir el empleo perverso de la neurotecnología, se proponen cinco neuroderechos:

  • Derecho a la privacidad mental. Busca evitar que cualquier dato obtenido del análisis y medición de la actividad neuronal sea utilizado sin el consentimiento del individuo. «Hablamos de pensamientos, pero también del subconsciente. Pueden saber más de ti desde fuera, que tú de ti mismo. Hay que salvar el último reducto de la privacidad personal», apunta Yuste.
  • Derecho a la identidad personal. Imponer límites que prohíban a la tecnología alterar el sentido del yo. Que el individuo pueda mantener su autonomía personal, ya que, al conectarse mente y máquina, la conciencia de la persona corre el riesgo de difuminarse.
  • Derecho al libre albedrío. Está unida a la capacidad de elección del individuo. La persona tiene derecho a tomar sus decisiones libremente sin ser manipuladas por la neurotecnología. «Es primordial que no exista alteración en este punto, ya que las repercusiones son amplias y muy negativas», destaca el experto.
  • Derecho al acceso equitativo a neurotecnologías de aumentación neurosensional y neurocognitiva. Garantizar el acceso a este tipo de avances a toda la sociedad para impedir la fracturación de la misma en personas aumentadas y no aumentadas. Yuste recalca que este punto debería estar regulado por el principio universal de justicia. «Que solo reciban neurotecnologías aquellas personas que lo necesitan».
  • Derecho a la protección contra los sesgos que pueda generar la neurotecnología. Para que los nuevos sistemas no establezcan discriminaciones y distinciones por raza, color, sexo, origen, posición económica, preferencia sexual, opinión o cualquier otra condición. «Estos sesgos son peores, ya que estarían introducidos en la cabeza. La persona pensaría que es ella la que está mal», cuenta Yuste.

Legislación existente

Cinco puntos que empiezan a ser tomados en cuenta en distintos lugares del mundo. Chile ha sido el primero en fijarse en los riesgos que entraña la neurotecnología. Así, una comisión del Senado del país andino ha materializado los neuroderechos en un proyecto de ley que observan con atención la OCDE, la ONU y las empresas del sector. Su discusión llegará en marzo y en caso de aprobarse Chile se convertiría en pionero en la protección de la mente. Es más, también se contempla crear una enmienda a la Constitución que defina la identidad mental como un derecho no manipulable y que se podrá intervenir solo por motivos científicos o de salud.

«Los neurodatos a día de hoy son el objeto de deseo neoliberal y hay que evitar la vulnerabilidad y el riesgo que supone que estén expuestos y sin protección», mencionó a la Agencia Efe el senador Guido Girardi.

En España, el artículo 25 de la Carta de Derechos Digitales de la Secretaría de Estado de Inteligencia Digital subraya la protección de los neuroderechos. Esta no tiene rigor legal, pero se puede trasladar a las cámaras parlamentarias para originar las leyes adecuadas. Mientras, en Estados Unidos, el equipo dedicado a los derechos humanos del Departamento de Estado ha solicitado un dossier sobre el asunto. El gobierno de Joe Biden está interesado en analizar el tema.

«La idea es que poco a poco se sumen más y más países hasta que pueda llegar a Naciones Unidas», informa Yuste. Según él, es necesario crear una legislación que regule la neurotecnología antes de que sea demasiado tarde. Para ello, se apoya en el Dilema de Collingbridge. Este académico británico planteó que la tecnología se puede regular cuando es joven, sin esperar a ver sus consecuencias indeseables, u optar por una limitación posterior, cuando ya se conocen sus peores resultados, aunque acabe con el descontrol sobre la regulación. Yuste apuesta por la prevención. «Cuando se inventan es fácil legislar sobre ellas. Después, no. La neurotecnología puede ser perversa, pero estamos a tiempo de canalizarla de una manera positiva».

Un descontrol que queda patente en las dificultades para establecer una normativa sobre el uso de las redes sociales. Esto mismo sucedió años atrás con la energía nuclear. «La regulación llegó tarde. Se fabricaron dos bombas nucleares que acabaron produciendo las dos mayores matanzas de humanos de la historia. A partir de ahí, muchos países, dirigidos por el presidente Eisenhower, fundaron un órgano con el que delimitar su uso. De momento, no ha habido que lamentar ningún problema semejante».

Los implantes cerebrales son la nueva reacción nuclear. «No volvamos a tropezar en lo mismo», sentencia Yuste.

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