El sentido del Estado de Danilo y Abinader

Por Claudio Acevedo

Los gobiernos cambian y los presidentes van y vienen. Pero el sentido del Estado es lo que permanece, aunque las razones y prioridades no sean las mismas, y cambien según las circunstancias. Lo que perdura son los fundamentos esenciales del Estado como ente organizativo de servicios, control y cohesión nacional.

Uno de los aspectos que diferencian a un estadista de un presidente es el sentido que tenga del Estado y los fines hacia donde se dirige. Cuando el Estado se subordina a los intereses individuales o grupales, aquel pierde sus funciones esenciales. Predomina el desorden y el criterio de finca personal, que dan pie al peculado, al robo, al saqueo y al enriquecimiento cuestionable.

Entre Danilo Medina y Luis Abinader se advierte dos conceptos de Estado muy diferentes que reflejan los rasgos de personalidad de cada uno y la conducta moral que los tipifican. Abinader se proyecta como un hombre más metódico, institucionalista y disciplinado, imprimiendo al Estado el carácter de la visión que tiene del mismo.

Quizás esto explica su negativa, hasta el momento,  a dar paso “a la tierra arrasada” en la empleomanía del Gobierno y de la mayoría de sus instituciones, donde el factor político no ha tenido la predominancia que esperan y sueñan los perremeístas, que tienen otros apuros diferentes a los del presidente y a su visión del Estado.

Esto se colige de la respuesta que dio a una interrogante que en este sentido le hizo el amigo Juan TH en el programa Nosotros a las Ocho. Contestó el presidente Abinader, escuetamente, que ‘ya los tiempos son diferentes y que las cosas no se manejan como antes’. Aquí podría, inscribirse también, la independencia que le ha dado al Ministerio Público y la ausencia de intromisiones coaccionadoras al Poder Judicial.

Lo anterior no quiere decir que sea completamente un dechado de virtudes y que todo esté bien en su gobierno, pues flaquea en algunos órdenes, pero en el balance general sale ganancioso en términos morales e institucionales.

En cambio, en el expresidente Medina vemos a un gobernante que sucumbió a las ambiciones de escalamiento social, por la vía más rápida, de aquellos que se hizo rodear, entre los que se encontraba su círculo familiar, convertido en piedra de escándalos del pasado gobierno.

Todo, muy diferente al Danilo que se vendió en su campaña electoral como un político pulcro, comedido, ejemplarizador y sancionador de la corrupción de los mismos brotes de la sospecha y el rumor público. Si el exmandatario se hubiese parecido un poco a su retórica, hubiésemos tenido a un gran estadista.

En su discurso Danilo estuvo perfecto sobre lo que debía ser el Estado y su manejo. En los hechos, sus designios fueron otros, de ahí que le sobreviniera el desastre de lo que estamos siendo testigos. Tal vez se dejó llevar de que el dominio omnímodo de los mecanismos del poder y de la administración garantizaban la conservación del poder, independientemente del parecer ciudadano.

Volviendo a Abinader, vemos en él a un jefe de Estado que busca proporcionar dirección e impulso a algunos cambios que son necesarios. Pero como empresario y primer mandatario a la vez, debe evitar caer en los tentáculos de los conflictos de intereses. Para la nación, eso sería un logro muy saludable para la nación, y aumentaría su estatura moral y su legado ético.

Los países que han progresado y que han dejado atrás sus viejos lastres, sin importar el cambio de administración presidencial, el concepto de la continuidad del Estado en sus propósitos existenciales no da paso a rupturas dramáticas, sino que se mantienen los objetivos de avance, estabilidad socio-económica y racionalidad en el uso de los fondos públicos.

Las instituciones siguen funcionando sin apartarse de sus objetivos fundamentales, lo que mantiene el buen clima de credibilidad y confianza. En esta dirección, los gobernantes que mejor salen parados al término de su gestión son aquellos que desde el principio se conducen con la mentalidad de administradores de bienes ajenos, que pertenecen a la colectividad nacional, y que por lo mismo, deben ser guardianes celosos de las propiedades y fondos públicos.

Aquellos que se confunden en esto, aquellos que desvirtúan al Estado y lo convierten en un disfrute particular, terminan mal y llenos de oprobios.

Ojalá que el presidente de los dominicanos no se lleve mucho de los financiadores de campaña y que los haga sentir pagados con el solo hecho de la creación de un buen clima donde fructifiquen los esfuerzos, el trabajo, la inversión y la iniciativa emprendedora.

El autor es director de este medio, Notiultimas.com

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